XXXIX Congreso de la semFYC - Málaga
del 9 al 11 de mayo de 2019
L
a vitamina D está en auge. Su número de peticiones y tratamientos se ha disparado en los últimos años, así como las publicaciones, pasando de 855 en 1988 a 4174 en 2018, en PubMed.
Los estudios parecen indicar una deficiencia de niveles en la población española, más marcada en mayores de 65 años. Estudios descriptivos la han implicado no solo en la patogénesis de enfermedades óseas, sino que también la han relacionado con cáncer, asma, diabetes, dislipemias, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, enfermedades autoinmunes, infecciones y mortalidad. Gran parte de la sociedad médica y de la población aceptan la asociación entre déficit en la dieta, poca exposición solar, niveles bajos en sangre, repercusión en patología esquelética y extraesquelética y, consecuentemente, necesidad de tomar suplementos. No se puede obviar que la vitamina D en altas dosis es tóxica.
Realmente esto es así o tal vez deberíamos plantearnos: ¿qué niveles de vitamina D son patológicos?, ¿se relacionan los niveles de vitamina D en sangre con las patologías que se cree que producen?, ¿es necesario su cribado en población general?, ¿qué nos aconsejan las principales agencias de evaluación?, ¿cuáles son las recomendaciones en niños, embarazadas y ancianos?, ¿son eficaces los suplementos de vitamina D en la prevención de fracturas en población general?, ¿qué fármacos interactúan en su absorción y metabolismo?, ¿estamos ante otra enfermedad inventada, de sobretratamiento y sobrediagnóstico?, etc. Recientes publicaciones parecen esclarecer los puntos anteriores, estudios experimentales parecen refutar las teorías de los estudios descriptivos, sepamos qué nos dicen.