XXXV Congreso de la semFYC - Gijón
del 11 al 13 de junio 2015
Moderador
Guillermo García Velasco
Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Doctor en Medicina. CS Calzada II. Gijón. Tutor de residentes de MFyC.
Albert Planes Magrinyà
Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. EAP Santa Eugènia de Berga. Osona. Barcelona. Tutor de residentes de MFyC. Miembro del Grupo de Ética de la CAMFiC. Director de la revista AMF-semFYC.
2. Una historia de genes y personas
Rubén Cabanillas Farpón
Especialista en otorrinolaringología y patología cérvico-facial. Doctor en Medicina. Director Médico del Instituto de Medicina Oncológica y Molecular de Asturias (IMOMA).
Resumen
«Cáncer», seis letras que encierran entre sus pliegues todo un mundo de sombras y luces, con un antes y un después, y fronteras que burlar. Y es que, a pesar de que ya hay cura definitiva para más del 50% de los tumores, el cáncer es un latigazo en la biografía de las personas y de quienes les rodean. Siddhartha Mukherjee lo definió hace unos años como «el emperador de todos los males», y aunque se le olvidó mencionar que, a buen seguro, no deja de ser un mediocre alumno ante la pobreza, el hambre, la esclavitud o la falta de esperanza, hay que reconocer que su presencia es una constante en el día a día de cualquier médico de familia.
Esta mesa busca trazar una línea entre la investigación básica en el cáncer y el paciente que acude a la consulta de cualquier centro de salud o urgencias, o es visitado en su domicilio. El cáncer surge por el cúmulo de daños genéticos y epigenéticos que no se pueden reparar y originan la transformación de las células. Se pretende aportar algunas de las claves sobre los esfuerzos que se están haciendo para desentrañar sus íntimos mecanismos moleculares y esbozar ese futuro donde nuevas formas de tratamiento permitirán ampliar las terapias clásicas.
Pero al mismo tiempo que los investigadores buscan nuevas formas de combatir la enfermedad, los médicos de Atención Primaria deben abordar tareas igualmente trascendentes: desde el diagnóstico o su sospecha, pasando por los cuidados y la atención durante el proceso de tratamiento hasta, en algunos casos, acompañar al enfermo en sus últimos días de vida. Y todo ello inmersos en dudas, alegrías, preguntas, silencios, complicidades, incertidumbres, derrotas…, y también esperanzas. ¿Qué hacemos entonces? Para este viaje no hay mapas ni atajos, pero los ponentes nos recordarán que la senda que debemos seguir está en cuidar de nuestros pacientes con honestidad, respeto y compasión.
ADVERTENCIA: Este breve escrito no tiene la pretensión de ser un resumen de la ponencia (cualquier parecido con la realidad podría ser pura coincidencia). Tiene como misión despertar (o no) interés por la misma y provocar la reflexión previa sobre su contenido final. Por ello que se facilitan diversos enlaces con artículos, escritos o vídeos que pueden ayudar a esa reflexión.
La primera causa de muerte en España en 2011 fue el cáncer1 (27,2 % de las defunciones). Su tasa de mortalidad ajustada por edad es la más alta (152,1/100.000), pero también la que, pese a múltiples cribados, menos ha variado entre 2001 y 2011 (descenso del 11,1 %; el descenso por todas las causas es del 19,1, mientras que las enfermedades del corazón y las cerebrovasculares descienden, respectivamente, 26 y 42,3 %). Está claro que el cáncer constituye una importante causa de muerte en nuestro entorno y que su tasa no se reduce demasiado.
Pero ¿es muy importante de qué morimos? ¿O es más importante con qué calidad de vida vivimos, a qué edad morimos y cómo morimos…?2
Si sumamos los años de vida prematuramente perdidos (muerte antes de la esperanza de vida) y los años perdidos por discapacidad, obtenemos los años de vida ajustados por discapacidad (AVAD), en inglés DAILY (disability-adjusted life year)3,4,5. Las cosas ya no son tan claras… Nos llama la atención[6] que el cáncer causara el 18 % de AVAD en 2010 en España, ¡pero eso quiere decir que el 82 % de AVDA no está causada por cáncer!, pues destaca el 16 % de origen cardiocirculatorio, el 13 % por problemas musculoesqueléticos y el 12 % por problemas mentales.
Así, si bien el cáncer explica poco más de una cuarta parte de las muertes en España, tan solo causa un 18 % de los años potenciales de vida perdidos (por muerte prematura o por discapacidad).
Pese a no ser el causante de la mayor parte de pérdida de años vividos con calidad, es, socialmente, una enfermedad en especial estigmatizada. El cáncer causa miedo, rechazo, campañas para recoger fondos, compasión, solidaridad… Constituye, por ello, un motivo frecuente de reflexión para los profesionales: permanecen grabadas en nosotros muchas experiencias vividas, muchas incongruencias sanitarias que quedan al descubierto, muchas emociones (véanse, por ejemplo, diversas situaciones relatadas en Diaris de trinxera,7 en catalán8,9,10,11,12,13,14,15,16). El estigma es tan importante que podríamos considerarlo como el paradigma de enfermedad «contra» la que luchar.17 Esta situación genera miedo en los ciudadanos y en los profesionales, que se angustian por si «se me escapa un diagnóstico de cáncer», lo que condiciona su práctica cotidiana y también la orientación de los servicios sanitarios (es más prioritaria una intervención con diagnóstico de cáncer que otra con diagnóstico de cataratas, aun cuando con la segunda tal vez podríamos «ganar» más años de vida con calidad).
Por otra parte, y teniendo en cuenta que vamos a morir, cabe preguntarnos si morir de cáncer es una buena manera de hacerlo. Algunos médicos opinan que es la mejor,18 mientras que otros nos indican cómo afrontan la muerte ante el diagnóstico de un cáncer que no se va a curar.19
Hasta hace poco era imposible discutir sobre la prioridad de su diagnóstico precoz, y sigue siendo tabú discutir su tratamiento. Pero empieza a brotar un sano debate, especialmente sobre el diagnóstico precoz y sus posibles efectos adversos.20,21 Empieza a extenderse la necesidad de compartir con las personas nuestras dudas científicas sobre las actividades de diagnóstico precoz y sobre las distintas posibilidades de tratamiento, que deberían llevarnos a un abordaje más racional y humano, donde la «lucha» contra el emperador dejase de ser una epopeya, y los pacientes que sufren la enfermedad (y los médicos que «luchan» contra ella), unos héroes.
El cáncer ha sido motivo habitual de la producción literaria y artística, cuyas obras nos han mostrado tanto la angustia que crea el diagnóstico y sus consecuencias como las dificultades de los profesionales para comunicarlo o para sufrirlo.22,23,24,25,26. Sin embargo, también es cierto que la reflexión sobre esta enfermedad nos ha ayudado en más de una ocasión a humanizar la atención que prestamos.
El cáncer sigue siendo un verdadero emperador, el más poderoso de los males, y no tanto por su carga de morbilidad (menor de la que aparenta) como por su influencia tiránica sobre nuestro quehacer sanitario.
Bibliografía: