Contabilizar los minutos perdidos en llamadas no respondidas.

Las visitas telefónicas y las visitas virtuales, que a menudo acaban siendo telefónicas son el pan nuestro de cada día. Ya existían hace tiempo, pero con el COVID lógicamente han ocupado gran parte fe nuestras agendas. A menudo llamamos una y otra vez sin respuesta, pacientes que no llegan a tiempo, contestadores, pacientes que están trabajando, comprando, durmiendo... Esos minutos perdidos, no se contabilizan en la agenda, pero suponen un gran impacto invisible, no solo por el tiempo que suponen, sino la sensación de pérdida de tiempo en una agenda sobrecargada de visitas. Durante unos días, he cronometrado el tiempo invertido en llamadas que nadie responde.  Entre 7,4 y 18,2 minutos de los días que he cronometrado, con una mediana de 13,8 minutos perdidos.

La llamada actualmente tiene una relevancia que requiere tiempo para poderla realizar adecuadamente. Se llama a personas que trabajan, estudian, en móviles, en fijos y a menudo no obtenemos respuesta ni al primer ni al segundo intento y este tiempo se tendría que contemplar en la agenda. 

Se calcula 6 minutos por llamada que resulta insuficiente en la mayoría de los casos, y más en pandemia, que se ha incrementado la complejidad de la llamada, puesto que en algunos casos sustituye en cierta medida la visita presencial. Además se obvia el tiempo perdido en llamadas no respondidas y esto acaba suponiendo un impacto negativo para el profesional y por lo tanto empeorando su trabajo, aumentando la posibilidades de descuidos y errores y posiblemente empeorando la asistencia al paciente. Una agenda con espacios vacíos para flexibilizar el trabajo, podría ser clave para la mejora asistencial.