Durante una guardia de traumatología en urgencias hospitalarias, coincidimos tres residentes: una R2 de MFYC, una R1 de traumatología, y yo, R1 de MFyC. Yo padezco hipoacusia, por lo que al inicio de la guardia les advierto de mi problema, y les pido que me hablen alto y claro.

Según las normas, la R2 es quien puede dar altas, y por tanto es la responsable de la atención al paciente. En la sala, que compartimos las tres, solo hay dos ordenadores. No hablamos explícitamente de cómo repartir el trabajo, aunque habitualmente los R2 ocupan un ordenador, y los R1 se van turnando entre el segundo ordenador y la camilla de exploración.

Yo di por hecho que nos iríamos turnando, como en otras muchas guardias de trauma que he hecho antes, pero conforme llegan los pacientes, la R2 se encarga de explorar, como si no se fiase de mí, y la R1 de trauma va escribiendo en su ordenador. Comienzan a desarrollar complicidad, comentando los casos y las decisiones entre ellas. Por la disposición de la sala, desde mi puesto no veo las imágenes del ordenador, y tengo que levantarme y ponerme de pie tras ellas para verlas

Progresivamente me voy sintiendo excluida, ignorada y decepcionada.

La R1 de trauma se va a planta, y atendemos a una paciente las dos. Durante la exploración me siento cohibida, intimidada e intento hacerlo todo de forma minuciosa para demostrarle que sé hacerlo. Ello me lleva a olvidarme de solicitar una prueba, que durante la exploración evalué como necesaria, y que finalmente resultó crucial en el diagnóstico.